miércoles, 5 de septiembre de 2007

"Montera, calle Montera"

Cartel de la calle Montera

A nadie (o a muy pocos, vaya, que los absolutos entrañan siempre cierto riesgo) le resultará a estas alturas desconocido que donde hoy están los cines Acteón, estuvieron hasta 1987 los Almacenes Arias, de cuya destrucción a raíz de un incendio se celebró ayer el vigésimo aniversario (por otro lado, qué paradójico resulta el término “celebrar” para cosas como un incendio, ¿verdad?). Con mis más profundos respetos hacia los diez bomberos muertos en el accidente, a mí me interesa, sin embargo, otra cosa: al leer y oir ayer tantas veces el nombre de la calle Montera, rebrotó en en mí una duda que hace años echa raices entre mis neuronas: ¿por qué tiene ese nombre, que personalmente me resulta tan apropiado para un lugar atestado de prostitutas?


La señora María Isabel Gea, a través de su diccionario enciclopédico de Madrid, me ha contestado amablemente (básicamente porque muy pocos libros me suelen tratar de malos modos). La calle Montera tuvo previa y posteriormente varios nombres (San Roque, Inclusa y San Luis, la Red de San Luis, Montera, Patriota Manzanares y de nuevo Montera), pero el que a día de hoy luce en la típica placa azul puede justificarse por tres historias.


La primera cuenta que la esposa del montero de Felipe Segundo, bella, recatada y levantapasiones (esperemos por el honor del montero que sólo levantara pasiones...), vivía allí, sin ser necesarias por tanto muchas más explicaciones. Otros cuentan que cuando aquello aún quedaba fuera de la ciudad, las tierras que se veían desde aquí hacia el fondo parecían los picos de una montera, con lo cual el nombre parece también bastante lógico. La tercera historia habla del rey Sancho IV el Bravo y de cómo se le cayó la montera al pasar sobre su caballo frente a la desembocadura de la actual calle en lo que hoy es la plaza de la Puerta del Sol, surgiendo ahí el bautizo y por lo visto un comprensible real enfado al quedarse sin sombrero.


Resuelta ya la curiosidad inicial, nadie puede evitar con semejante anecdatario entre las manos echar un ojo al porqué de su domicilio. Como a nadie interesa dónde vivo ni soy yo amigo de visitas inoportunas, os puedo explicar, no obstante, los nombres de otras calles que siempre me han llamado mucho la atención. Atocha me hace eco desde mi más pueril ignorancia como un vocablo sin significado alguno mas con constante implicación en mi vida, por lo que no ha tardado en aparecer entre las páginas de doña María Isabel, explicando que también para este nombre hay diversas sugerencias.


Para empezar, la calle conducía a la antigua ermita de la Virgen de Atocha (donde hoy está la Basílica de Nuestra señora de Atocha), de ahí el nombre, pero en cuanto al término en sí, algunos cuentan que en los alrededores de Madrid había unas plantas parecidas al esparto llamadas “atochas”, y la ermita se hallaba rodeada de éstas: otro bautizo también bastante obvio. Otros historiadores opinan que Atocha viene del griego Teotokos, que significa Madre de Dios, y que derivó sucesivamente en Teotoka, Toka, Tocha y Atocha. Por último, los hay que defienden que Atocha es una corrupción de Antioquía, de donde se supone que procede la imagen que hoy preside la basílica. Así, Nuestra Señora de Antioquía, en latín Atiochía, se abrevió en “antiocha”, y de ahí a “atocha” hay menos de un paso.


Lamentablemente, ni María Isabel ni el resto de autores con un diccionario enciclopédico de Madrid que he encontrado incluyen en sus explicaciones la palabra Congosto. Francamente, ni dudo de vuestra astucia, ni abono mi autoestima, pero me apostaría el dedo que más utilizo a que el común de los vosotros tampoco lo sabéis, así que animo a cualquier sabio caritativo a que ponga halógenos en este cubículo con tan poquitas velas.


Al resto, como sabido es el valor de la ignorancia, os reto a que os atreváis a ponerme a prueba: pregutad por cualquier calle, que, ubicado ya este curioso libro en la biblioteca, os prometo la historia más detallada que pueda encontrar o justas genuflexiones de humildad.

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