miércoles, 12 de septiembre de 2007

Sabor casero chino en el subsuelo de Plaza España

El restaurante ha aumentado su clientela occidental desde que abrió hace ocho años


Lei es un joven chino de 26 años; llegó a España hace 8 y trabaja en Madrid como camarero en un restaurante chino, pero en su día libre se acerca a comer a la competencia: el restaurante chino del parking de Plaza de España. ¿Pero por qué no comes en tu propio restaurante? “Éste es más como en casa”.


El restaurante en cuestión se conoce entre los madrileños como “el chino verdadero” -aunque la traducción del nombre, según Liu Feng, la propietaria, sería algo semejante a “Paisaje”-, pues pasa por poner comida realmente china: nada de bufet libre, ni rollitos de primavera, ni show decorativo a base de lamparitas, cuadros en los que corren las cascadas, budas o musica de películas de Bruce Lee: es un restaurante chino y no necesita demostrarlo. Tiene fachada de tasca de pinchos baratos, pero bajo las vitrinas de la barra, en vez de croquetas y calamares, hay estómago de cerdo y lengua frita, y en la tele, en lugar de fútbol o Maria Teresa Campos, caracteres chinos en blanco van cambiando de color a medida que avanza la letra de la canción de un karaoke.


Lo normal es que haya gente esperando en la puerta. Nueve mesas pequeñas y tres banquetas en la barra no pueden dar cobijo a mucha gente, al menos no al mismo tiempo: “Hay mucha rotación, pero si vienes cuatro, olvídate de comer, porque dan paso a la gente que puede ocupar una mesa individual”, comenta Jaime, un joven que viene a comer aquí unas dos veces al mes desde hace un par de años. Junto a él, David, un compañero del trabajo, comparte su entusiasmo por el negocio:


- ¿Por qué os gusta tanto?

- Es bastante barato, y te pones a reventar. Además, la comida a lo mejor no es la más rica, pero es un poco como las lentejas de tu madre, que quizá no sean tan sofisticadas como las de un restaurante, pero te gustan más.


Antes de sentarte, una camarera, por su puesto china, te endosa con ligera brusquedad un menú azul en inglés y castellano, una deferencia para sus clientes occidentales frente a las hojas que divulgan los platos sobre el escaparate únicamente en chino, útiles para el nutrido número de compatriotas que comen aquí. “No, todavía no tengo mesa”, comenta novato un joven cliente al recibir la carta; “Primero, mira”, es la escueta respuesta de la camarera: hay que tener claro qué vas a comer antes de sentarte, para no ocupar las mesas más tiempo del necesario.


El menú es variado, pero conviene no dejarse llevar por la saturación de opciones: los platos son abundantes y algo de mano ancha con el aceite en la cocina facilita que el comensal se colme antes del segundo plato.


También es recomendable cierta experiencia previa en la gastronomía china, pues hay que elegir rápido y los nombres de los platos no contribuyen a evitar que el cliente novicio caiga en una comida un tanto reiterativa.


Los oídos sordos a estas advertencias tampoco deben preocuparse, pues quien por harto o por lleno no quiera seguir comiendo, puede pedir sin problema que le pongan sus sobras para llevar. Además, aun cuando te dejes la comida, tampoco es un gran derroche, pues a un máximo de cinco euros por plato, es difícil que sea mucho el dinero que echas a perder.

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